No vamos a la playa.
No nos gustan las aglomeraciones de agosto, estar pegados a los de la sombrilla de al lado, que nos echen arena en la toalla o aguantar los ronquidos del pariente de la del bocata de atún...
Y aunque echamos de menos el mar, en la ciudad tenemos nuestro balón de oxígeno para sobrevivir.
Despertar de las siestas con un roce de pies, abrir los ojos y ver esta maravilla de atardecer, oler a césped recién regado o cortado, tumbarnos en el borde a tomar el sol...
Y ver las sonrisas de ella, de él ...
Ahora ya sabéis porqué no echamos de menos la playa...
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