Ella tenía la habilidad de sonreír con los ojos.
Unos ojos oscuros y grandes, con los que también hablaba.
Pero sólo él sabía entender lo que decían a cada momento.
Aquel verano en la ciudad, duro verano de calor y color, estaba sirviendo para achicharrar cabezas en las horas centrales del día, pero para poner ideas en orden cuando el sol bajaba.
Él la volvió a mirar y acarició con la yema de los dedos su brazo.
Y ella volvió a sonreír con sus ojos, sembrando a su paso gotas de esperanza en forma de "tú y yo juntos haremos cosas maravillosas".
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